miércoles, 19 de febrero de 2014

LA PERCEPCIÓN DE LA BELLEZA

La belleza es tan sutil que nos atrapa por instantes para ver la apariencia física de algo o alguien dándonos un fogonazo y cegándonos por completo. Lo mismo sucede con el amor, saltamos en esa chispa el trampolín sin percatarnos de observar el objeto e indagar esa belleza interna  en esa chispa al plano  sin darnos cuenta del objetivo e indagar esa lindura interior que es la que nos transporta a la esencia de nuestro ser y nos une al otro individuo  en ese instante que somos capaces de percibir ese resplandor que es su semilla interior. Hay una ligera caricia al alma  y se produce un silencio eterno en un margen de tiempo mientras lo sientes y te percatas de la grandeza del ser humano y su sensibilidad en la sintonía de los mismos en su interior. Distingues  que lo externo es mera cáscara superflua  condenada  al abandono del tiempo en el proceso de la existencia.  La percepción de la grandeza reside cuando miras el eco del sonido que desprende cada ser humano en la huella de su vida. Su melodía puede ser la misma que la tuya, diferente o parecida pero es parte de esa partitura condensada en todos los registros grabados en la misma. Cada instrumento representa lo que nos diferencia y el amor es la partitura que tenemos en común para que suene en armonía la orquesta. Algunos instrumentos se distraen con otros,  terceros  se empeñan en corregir los errores de la melodía de los  ajenos  y pierden el tiempo al no escuchar la propia. Incluso con los errores de los demás, se percibe la armonía cuando te dejas llevar por el sentir porque la perfección de esa sinfonía no la debes contemplar desde la rigidez. Al contrario, ser mero observador y disfrutar al completo la grandiosidad de la misma.
Nada se establece perfecto y todo es relativo desde la complejidad de dejarnos llevar por el sentir sin juzgar los tiempos establecidos en los espacios determinados.

Irma Ariola Medina ©