Soñar es posible cuando cierras tus ojos y aprietas
tus labios al sentir la vida deslizarse entre tus manos. Descubrirás el amor y sus controversias en medio de la
nada cuando camines lentamente
percatándote de todos los aromas de las flores en el camino. Siempre que sostengas
un lirio entre las manos, tu vida no corre peligro porque su aroma es el de
aquel ángel que te protege en tu peregrinar.
Las adversidades son muestras de la grandeza de nuestras fuerzas y los instantes de nuestras
debilidades que ni mejores ni peores son parte de la partitura en el pentagrama
de la existencia.
Recuerdo
aquella melodía que sonaba de un arpa en medio de un concierto y la delicadeza,
del roce de las yemas de los dedos abiertas a acariciarlas
con la finura y ternura que merece para
que suene la melodía acorde a la belleza que huele a serenidad mientras la
melodía suena. Si cierras tus ojos un rato, viajas al interior de tu ser y
enredas el alma en el torbellino del amor y la luz. Entonces, todo dolor se
disipa y la claridad es esa ventana que
se abre de par en par mientras recorres los parajes de la sinfonía.
Agradecer el
intento de volar unos instantes,
momentos de vida, te permiten hacer una pausa de las circunstancias
personales y te transporta a sentirte libre de toda atadura y dolor enredado en
la enredadera de la vida.
El olor del
alma es esa rosa abierta que sabes que es preciosa y su aroma dura lo que dura
porque la vida consiste en esos instantes de vida atrapados en la esencia del
ser acariciado con la erosión del tiempo en el espacio que te toca vivir
durante ese tramo.
Ninguna huele
igual porque cada una tiene su propia aroma.
Irma Ariola
Medina ©